miércoles, 23 de marzo de 2011

El amor de dios

El Amor de Dios*

Cuando confías en Él, sabes que el amor de Dios nunca te fallará. Nada puede separarte del amor de Dios. 

Tal vez las circusntancias hacen que te sientas desamparado, pero nunca lo estás. Tal vez tú has dejado de gozar de la presencia y el amor de Dios por tus sufrimientos o temores. ¡Pero el amor de Dios siempre está presente! 

Las circunstancias no cambian la realidad de la persencia y el amor de Dios, aunque tú cambies tus conocimientos de la realidad. Dios permanece fiel y misericordioso y te ama.
¡Dios nunca cambia!

*La Biblia dice...**"Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, Y grande en misericordia para con todos los que te invocan" (Salmo 86:5) 

"¿Quién nos apartará del amor de Cristo? tribulación? ó angustia? ó persecución? ó hambre? ó desnudez? ó peligro? ó cuchillo? Antes, en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, Ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8:35, 37-39)

Cuando nos sonríe el éxito es natural que nos riamos y hagamos chistes, pero cuando nuestros sueños más acariciados se derrumban nos resulta difícil ver la parte positiva. A menudo el desaliento y la derrota traen consigo la tristeza, pero de nada sirve lamentarse cuando la batalla está ya perdida. Pero si nos conformamos, nos hacemos vulnerables a las corrientes del mal y del dolor de este mundo imperfecto; si plegamos nuestros principios sin luchar, el desaliento nos ha ganado una batalla sin ninguna necesidad.
El desaliento surge ante el continuo fracaso que nos hace preguntarnos si estamos a la altura de nuestros propios principios o de los principios de los demás. Pero el único criterio que que importa ante Dios es si seguimos la guía del espíritu en nuestras vidas. No nos debemos culpar por las causas de los fracasos que están fuera de nuestro control tales como circunstancias específicas, falta de don natural en el área a la que dedicamos nuestros esfuerzos o la intromisión de personas egoístas.
Según los valores del mundo, la vida de Jesús terminó en fracaso con los apóstoles y discípulos diseminados y él mismo crucificado por sus enemigos. Sin embargo el Padre en los cielos aceptó la labor de su vida, y así es, desde una perspectiva espiritual, como tenemos nosotros que juzgar nuestro éxito. La fe depositada en cumplir con nuestro deber y una sensata intención amorosa de servicio podría ser el criterio por el que midamos nuestro éxito en cualquier quehacer. Debemos medir nuestros éxitos sólo en relación a la sensatez de nuestro esfuerzo y a nuestra diligencia.
La derrota no debe separarse de los objetivos a los que dirigimos nuestros esfuerzos. Disponemos de una capacidad humana para conseguir objetivos muy por encima de los que nos creemos capaces. Cuando a estos talentos humanos se añade el refuerzo del Espíritu de la Verdad, del Espíritu Santo, del espíritu del Padre que habita en nuestro interior, del apoyo de los ángeles, nuestra capacidad humana aumenta. Y esta capacidad añadida resulta de alinear nuestro ser al poder de Dios. Cuando nos afanamos con sinceridad en hacer la voluntad de Dios, todas las cosas son posibles -todas- porque Dios no puede ser
El sentirse derrotado es algo normal y valioso de la vida. Nos alienta a reexaminar toda la situación en la que nos encontramos con el propósito de realizar alguna corrección que nos sirva. Sin embargo, si nos regodeamos en éste sentimiento, la derrota paraliza nuestra voluntad y nos crea un contentamiento continuo en ese sentimiento de fracaso que intentamos eludir. No hay nada anormal en el fracaso o en la derrota. Las murallas de la fortaleza no ceden al primer ataque, hay que resistir. Siempre que nos quede vida, sólo puede venir el bien de nuestro enfrentamiento con a las dificultades de la vida, porque todas las cosas colaboran por el bien de aquellos que aman a Dios y están dedicados a hacer su voluntad. Desde la perspectiva de Dios, el hundimiento de nuestros planes de vida y los negros nubarrones del fracaso, la oscuridad y el dolor hacen surgir en nosotros una mayor sabiduría y una mayor abundancia de oportunidades para el crecimiento y el servicio.
Cuando usamos el fracaso y la derrota para cuestionarnos la validez de lo que perseguimos, nos encontramos preguntándole al Padre si nuestros objetivos y los medios que hemos elegido para realizarlos están de acuerdo con su plan. Si no lo están, más tarde o más temprano sobreviene el fracaso, porque nos encontramos desplegados en contra del continuo movimiento de la Realidad misma. Cuando, sin embargo, sentimos la seguridad de que nuestros objetivos y medios para alcanzarlos son aceptables para Dios, no debemos permitir que nada nos desvíe de éstos; debemos rechazar cualquier sentimiento humano de fracaso por los esfuerzos que tenga la aprobación divina; debemos insistentemente continuar con éstos aunque todo nos indique lo contrario, sin permitir que nada nos desaliente a no continuar. La comunión con el carácter amoroso del Padre mitiga nuestra lucha y nos otorga poderes para realizar su voluntad amorosa.

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